por María
Eugenia Garza Oyervides
Tu
conciencia es como una bala.
¿De
qué te sirve si no la disparas?
Alejandro Jodorowsky
Desde
la prehistoria, el arte ha buscado (o ha servido para) ser un reflejo de la
sociedad. Identificar una civilización y una cultura ha sido posible gracias a
los testimonios de sus expresiones artísticas: la arquitectura, pintura,
escultura, literatura, vestimenta, etc. nos han permitido conocer la historia,
religión, ideologías y forma de vida de pueblos y culturas remotas. Las artes, unas
más que otras, han marcado las épocas, los movimientos sociales y políticos.
Las
danzas autóctonas y folclóricas son un sello de la cultura de los pueblos, el
ballet, los bailes de salón, el baile social, etc., son indiscutiblemente representativas
de un momento.
En
su libro El arte de hacer danzas
(2001) la bailarina y coreógrafa Doris Humphrey, explica que en todas las
disciplinas artísticas, a excepción de la danza, el paso del tiempo puede favorecer
ciertas obras, aunque en su momento, éstas hayan sido rechazadas; pero en la
danza no, el coreógrafo debe enfrentar inevitablemente su presente y señala que
debe haber cientos de piezas que fueron obras maestras, perdidas por la
naturaleza efímera de la danza.
“El coreógrafo tiene que intentar llegar a una
conclusión sobre su relación con su época: ¿en qué aspecto está acorde con ella
y en qué la rechaza?...Puede optar por el privilegio de ser un conformista o un
rebelde…Todo lo que pido es que piense en todo eso y no simplemente se deslice
cuesta abajo en total inconciencia”.1
Ocurrió
tras una invitación para el festival Danza
en la Plaza 2011, en Monterrey, cuando me sentí cómplice y testigo de un
asesinato, de cientos, de miles de asesinatos que estaba pensando callar y
ocurrían a diario en mi ciudad. No podía dejar de tratar el tema públicamente,
no podía bailar, como tantas otras veces lo había hecho, de un asunto personal solamente,
¡no en ese momento! Así que tenía dos opciones, o bailaba o no bailaba.
Ahí
estaba yo, sola, frente a la creación de un personaje y ante mi nueva forma de crear
danza, con una bota norteña, una
capucha… y la necesidad intensa de manifestarme artística y personalmente, de hacer “algo” con lo que
estaba ocurriendo.
La
pieza y el personaje se convirtieron en la esencia de la obra “Se divisa el
Panorama: danza para una ciudad con orgullo” Jóvenes Creadores Fonca 2010-2011.
Después,
en mayo del 2012, presenté mi trabajo en la ciudad de Montréal, Canadá, con una
versión en dueto que me llevó a desarrollar más a fondo la pieza original. Al
final de la función y después de una charla con el público, cuando un espectador
me dijo: “gracias por haberme sacado de mi burbuja”, entendí en realidad lo que
quería decir la palabra reflexión y la transformación a través del arte, de la
danza. Ese moméntum que podemos hacer
físicamente en un impulso, pero que a veces somos incapaces de abordar
socialmente.
Crear
“Se divisa el panorama”, me ha acercado a la búsqueda, al intento de ser objetiva
y analítica, a interesarme en la sociedad, en la política, en el público, en mi
ciudad, en mi país, en las constantes del mundo. La crisis me sacudió y tuve un
despertar de conciencia cuando decidí que no podía ignorar mi realidad. La obra ha dado pie a dos
videodanzas y está en un proceso vivo que sigue transformándose y creciendo
naturalmente, como una idea; al tiempo de desarrollar paralelamente otras
nuevas ideas, otras obras.
Hoy
en día, la situación política en México, ha generado un movimiento colectivo en
el que los artistas tenemos la oportunidad de retomar nuestro papel social y
provocar, desde lo más profundo de nuestras conciencias, un ejercicio constante
para despertar nosotros, y después, generarlo en nuestro público.
Es
importante hablar del amor, de la soledad, de la nada, del vacío, pero estamos
en un momento crítico, violento y vertiginosamente cambiante. ¿Qué hace la
danza con eso?
1. Humphrey, D. (2001). El arte de
hacer danzas. Distrito Federal, México: CONACULTA.