Se oyen
Tengo el recuerdo del sonido en la cabeza
Tronaban como globos reventados con un alfiler, mientras la grabadora de panadería Saltillo y el gordito panadero, tocaba la grabación invariable en mi colonia Santa María.Imaginé dónde iban cayendo, aunque no podía ir tan aprisa como ellas.
Pensé en la gloria, fui por mi gata, cerré la puerta.
Cambié el canal del televisor que veían mis padres para buscar la noticia, pero solo había un mapa rojo señalando Torreón y lo regresé al canal en el que estaba Lucila Mariscal cantando una guapachosa.
Pensé en la gloria, fui por mi gata, cerré la puerta.
Cambié el canal del televisor que veían mis padres para buscar la noticia, pero solo había un mapa rojo señalando Torreón y lo regresé al canal en el que estaba Lucila Mariscal cantando una guapachosa.
Me acordé de mis compañeros de la primaria, los que vivían por el rumbo, de Fahua y de Teresa especialmente, tal vez todo se oía más cerca donde ellas, aunque seguramente ya están casadas o abandonadas, o en cualquier otra casa; pensé también en mi hermano que todavía no llega, en el gordito panadero (porque tal vez la grabadora seguía tocando y los panes ya estaban heridos o desparramados).
En los perros llorones que morían por una bala perdida o que estaban intentando revivir a su amo. En las camionetas y coches que arrancaban y rechinaban y yo no sabía si se trataba de alguien que escapaba o que salvaba. En los pájaros que miraban desde arriba asustados y en las ráfagas que se mezclaban con los gritos de los vecinos. Recé por la tierra agujerada y la carne rajada que pudiera haber dejado una de las más de cientos que tronaba todavía en mi cabeza; por los muertos, los heridos, los colgados, los mutilados, los desmembrados, los callados, los dormidos. Por los vivos.
En los perros llorones que morían por una bala perdida o que estaban intentando revivir a su amo. En las camionetas y coches que arrancaban y rechinaban y yo no sabía si se trataba de alguien que escapaba o que salvaba. En los pájaros que miraban desde arriba asustados y en las ráfagas que se mezclaban con los gritos de los vecinos. Recé por la tierra agujerada y la carne rajada que pudiera haber dejado una de las más de cientos que tronaba todavía en mi cabeza; por los muertos, los heridos, los colgados, los mutilados, los desmembrados, los callados, los dormidos. Por los vivos.
Ahora, solo se escuchan las sirenas.
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